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ISSN 1989-4163

NUMERO 96 - OCTUBRE 2018

Charla sobre el Abismo

Francisco Gómez

    El otro día andaba uno por su espacio mítico en uno de esos vía crucis sentimentales que a veces acostumbro a caminar, arrastrando los pies por las cosas de la vida que te devuelve cheques vacíos plenos de ausencias y preguntas de difícil respuesta, cuando vi a mi amiga Josefa.

    En estas que nos ponemos a charlar, ella con los ojos arrasados y la mirada baja que apenas tenía fuerzas para dirigir a mis ojos silenciosos y me dice: 

    -No es justo, Francisco. No es justo. Mi Pepe hacía mucha falta en la casa. Era el pilar principal. No sé qué vamos a hacer sin él. Mis padres tenían que haberse ido antes. 

    Ella estaba delante del columbario de su amado hermano mayor, que tanto ama, que tanto ha querido a sus libros. Me cuenta entre susurros y lágrimas que su Pepe tenía la habitación llena de libros, que junto al ajedrez y la música de Mark Knopfler era lo que más amaba en este duro y difícil mundo.

    -¿Quieres que te diga una cosa? A mi hermano lo enterramos con un libro del Quijote, el libro que más quería, por expreso deseo suyo. ¿Sabes que tenía un club de amigos que leían el Quijote y lo comentaban entre ellos...? Se partía leyendo cosas de este libro. Se lo sabía de memoria. Lo había leído muchas veces.

    Quedé anonadado cuando me comentaste esta nueva que desconocía. No sabía qué decir mientras miraba tus ojos, ríos-mar del desconsuelo.

    -Mi Pepe era muy inteligente. Tenía una inteligencia natural que no pudo desarrollar porque de joven se puso a trabajar pronto. Tanto trabajar para qué. Mira... No hay Dios, Francisco, no hay Dios. Si lo hubiera no habría permitido esto y se hubiera llevado a mis padres antes. ¿Tú de verdad crees...?

    -Le dije que sí, a pesar de todo, de los palos de la vida que todos recibimos sin entender bien por qué. Un creyente de tercera división con tendencia a bajar de categoría con más defectos que pelos tengo en la cabeza pero no por méritos propios, aún mantengo una mínima parte del grano de mostaza.  Ella sabía bien por qué lo comentaba.

    -¿Y ahora, qué, ahora, qué...?, me interrogabas buscando respuestas que uno sabes que no tiene, que no tengo del todo, o casi nada hace tiempo. La vida es un barquito inmanejable, incluso para nuestras velas. Nuestros caminos, a veces, muchas veces, ni siquiera son de propiedad particular.

    Te comenté que tienes que levantar el ánimo, poco a poco, sea como sea. Con tus amigas, volviendo a trabajar. No encerrarte porque si te quedas en un rincón no te recogerá nadie. El mundo bastante tiene con sus cuitas y casi nadie dirigirá la mirada a la esquina donde te derrumbes, si lo haces.

    Hablamos de tu padre que debéis meter en una residencia pronto para que la carga que lleváis sobre vuestros hombros y conciencia tú y mi amigo Emilio sea más llevadera. Y te pedí que no te hundas. Te dije que aplico el cuento por la cuenta que me trae.

    Nos abrazamos, nos besamos en las mejillas, nos animamos. Te animé.

   Marché con un no sé qué en el alma.


Charla sobre el abismo

 

 

 

 

 

 
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